Sin saber por qué, has vuelto, y miras la tarde soleada: la misma enredadera verde, las flores junto al muro, la verja de hierro carcomido, el amarillo pálido de la pared gastada. Has vuelto como si estuvieras todavía bajo el antiguo hechizo, como si en algo te parecieras todavía a ti (hubo un tiempo de minuciosa eternidad en el que tu corazón, alborozado huésped de la vida, nada sabía de lo que hoy sabe).
Arrastrando la hojarasca de los años pisados, los errores, el cansancio y el dolor de páginas ciegas, has vuelto para descubrir cuánto dura lo que creías eterno y encontrar un raro consuelo; soñar que ni siquiera existes a la orilla de esta tarde sin sentido y perfecta.
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