La
fisioterapia es la profesión de mi madre, especializada en rehabilitación de
personas con discapacidad de origen neurológico. Fundó una institución que duró
49 años y yo trabajé allí por 33 años. La orientación estaba basada en su
conocimiento, pero con su forma particular de ver la vida.
Practicaban
los exámenes pertinentes para cada profesión que hacía parte del grupo de
rehabilitadores, educadores, trabajadora social, nutricionista y médicos. Con
estos resultados se programaba una reunión con los padres de la persona atendida
y en esta se le comentaban los hallazgos y se mencionaba el alcance que se
pretendía. Lo sorprendente para los familiares, era enfocarse en lo que se
haría con lo que se encontraba bien, lo que se podía trabajar y no estrechar
más la visión con limitaciones, sino con posibilidades.
Así
que allí, festejábamos que una persona que requería asistencia en la
alimentación, empezara a ser semi dependiente, o que la consistencia de los
alimentos pasara de líquidos a blandos, o que ya pudiera extender un brazo y
agarrar un objeto, o que empezara a tener equilibrio al caminar, o que lograra
finalizar un año escolar. Eran tantas las cosas que nos emocionaban y
maravillaban, porque entendíamos la vida con el valor que tienen las
pequeñeces.
Era
muy estimulante porque nos despojábamos de la idea de perfección y valorábamos
los logros y eso nos mantenía con un espíritu agradecido.
En
la época de navidad, con frecuencia, recibía la oferta de visitas para dar
regalos. Eso era bonito, que las personas quisieran dar. Eso me emocionaba,
porque tenía un cómplice con quien programábamos tocarles el corazón de una
manera inimaginable. Él tiene parálisis cerebral atetósica espástica con cuadriplejia,
movimientos involuntarios y mucha tensión en sus brazos y piernas al hacer
cualquier movimiento. Lograba hablar muy bien y con su forma de entender la
vida y su inteligencia, su charla era un regalo.
Los
visitantes, que eran unos diez, estaban alrededor de este maravilloso “ángel”,
quien presentaba la institución y les hablaba de sus vivencias personales, de
sus capacidades, limitaciones y sus logros. Todo lo expresaba con tal alegría y
yo lo miraba encantada, como una madre orgullosa de su hijo. Estaba totalmente
entregada a escucharle. Cuando él finalizó y se retiró, entonces volteé a mirar
a nuestros visitantes y todos estaban llorando. Les pregunté por qué lo hacían
y me respondieron que se sentían que no sabían aprovechar sus vidas y que ellos
pensando que estarían reconfortando a personas en mala situación, se dieron cuenta
que era lo contrario, que no sabían aprovechar, ni agradecer todo lo que tenían.
Fue tanto su agradecimiento, que se sintió que esos corazones, ya no serían los
mismos.
Por
eso te invito a valorar las pequeñas cosas que te suceden, súmalas y así
tendrás mucho por agradecer y posiblemente te hagan sentir dicha y esta siendo
una constante, te pueda hacer feliz.
Hay
un versículo motivante y que es un buen consejo, nos sugiere enfocar nuestros
pensamientos: “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo
digno de alabanza, en esto pensad”.