61
¿Sabe alguien de dónde viene el sueño que pasa, volando, por los ojos del niño? Sí. Dicen que mora en la aldea de las hadas;que por la sombra de una floresta vagamente alumbrada de luciérnagas, cuelgan dos tímidos capullos de encanto,
de donde viene el sueño a besar los ojos del niño.
¿Sabe alguien de dónde viene la sonrisa que revuela por los labios del niño dormido? Sí. Cuentan que, en el ensueño
de una mañana de otoño, fresca de rocío, el pálido rayo primero de la luna nueva, dorando el borde de una nube que se iba,
hizo la sonrisa que vaga en los labios del niño dormido.
¿Sabe alguien en dónde estuvo escondida tanto tiempo la dulce y suave frescura que florece en las carnecitas del niño? Sí.
Cuando la madre era joven, empapaba su corazón de un tierno y misterioso silencio de amor, la dulce y suave frescura
que ha florecido en las carnecitas del niño.
62
Hijo mío, cuando te traigo juguetes de colores, comprendo por qué hay tantos matices en las nubes y en el agua ,
y por qué están pintadas las flores tan variadamente..., cuando te doy juguetes de colores, hijo mío.
Cuando te canto para que tú bailes, adivino por qué hay música en las hojas, y por qué entran los coros de voces de las olas
hasta el corazón absorto de la tierra..., cuando te canto para que tú bailes.
Cuando colmo de dulces tus ávidas manos, entiendo por qué hay mieles en el cáliz de la flor, y por qué los frutos se cargan secretamente, de ricos jugos..., cuando colmo de dulces tus ávidas manos.
Cuando beso tu cara, amor mío, para hacerte sonreír, sé bien cuál es la alegría que mana del cielo en la luz del amanecer,
y el deleite que traen a mi cuerpo las brisas del verano..., cuando beso tu cara, amor mío, para hacerte sonreír.
63
Tú me has traído amigos que no me conocían. Tú me has hecho sitio en casas que me eran extrañas.
Tú me has acercado lo distante y me has hermanado con lo desconocido.
Mi corazón se me inquieta si tengo que dejar mi albergue acostumbrado. Olvido que lo antiguo está en lo nuevo,
que en lo nuevo vives también tú.
En el nacimiento y en la muerte, en este mundo o en otro, en cualquier sitio donde tú me lleves, tú eres tú mismo, el único compañero de mi vida infinita, tú que estás atando siempre mi corazón, con lazos de alegría, a lo ignorado.
Pero cuando se te conoce, nadie es extranjero, ninguna puerta está cerrada. ¡Señor, concédeme esto que te pido:
que yo no pierda nunca la felicidad de encontrar lo único en este juego de lo diverso!
64
Por la ladera del río desolado, entre las yerbas altas, le pregunté: "Muchacha, ¿a dónde vas con tu lámpara bajo el manto?
Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Levantó sus ojos un instante, me miró al rostro en la penumbra, y dijo:
"¡He venido al río a echar mi lámpara en la corriente, ahora que muere en ocaso la luz del día!".
Y entre las altas yerbas me quedé mirando,
solitario, cómo la lucecita de la lámpara se iba inútilmente en la marea.
En el silencio de la noche que se echaba encima, le pregunté: "Tus luces están todas encendidas, muchacha.
¿A dónde vas con tu lámpara? Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Levantó sus ojos oscuros a mi cara,
y se estuvo dudosa un momento: "He venido -dijo al fin- a ofrecer mi lámpara al cielo". Yo me quedé mirando la lucecita,
que temblaba inútilmente en el vacío.
En la negrura sin luna de la medianoche, le pregunté: "Muchacha, ¿qué buscas, si tienes la lámpara junto a tu corazón?
Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Se paró un momento, pensándolo, y me miró fijamente en la oscuridad.
"He traído mi luz -dijo- para el Carnaval de las lámparas." Yo me quedé mirando cómo su lucecita se perdía inútilmente
entre las luces.
65
¿Qué divina bebida quieres tú, Dios mío, de esta rebosante copa de mi vida?
Poeta mío, ¿te encanta ver la creación con mis ojos; oír, silencioso, en los umbrales de mis oídos, tu propia armonía eterna?
Tu mundo teje palabras en mi pensamiento, y tu alegría las hace más melodiosas. Te me das, enamorado, y luego sientes toda
tu propia dulzura en mí.
66
La que, en un crepúsculo de destellos y vislumbres, vivió siempre en el fondo de mi corazón; la que nunca abrió sus velos
en la luz de la mañana, irá a ti, Dios mío, en mi última canción, como mi ofrenda última.
La cortejaron las palabras, pero no pudieron hacerla suya; y en vano la persuasión le ha tendido sus brazos vehementes.
He vagado por todos los países, con ella en el alma de mi corazón; y mi vida, a su alrededor,
se ha levantado y se ha caído, grande y débil.
Reinó sobre mis pensamientos y mis actos, sobre mis sueños y mis ensueños, y, sin embargo, vivió sola y aparte.
Los hombres que llamaron a mi puerta, preguntando por ella, se fueron desesperados.
Nadie en el mundo la pudo nunca mirar frente a frente; y espera, en soledad, tu reconocimiento.
67
Eres, a un tiempo, el cielo y el nido.
Hermoso mío, aquí en el nido, tu amor aprisiona el alma con colores, olores y música.
¡Cómo viene la mañana, con su cesta de oro en la diestra, donde trae la guirnalda de la hermosura, para coronar,
en silencio, la tierra!
¡Cómo viene el anochecer por las veredas no pisadas de los prados solitarios, que ya abandonaron los rebaños! Trae,
en su jarra de oro, la fresca bebida de la paz, recogida en el mar occidental del descanso.
Pero donde el cielo infinito se abre, para que lo vuele el alma, reina la blanca claridad inmaculada. Allí no hay día ni noche,
ni forma, ni color, ¡ni nunca, nunca una palabra!
68
Tu rayo de sol viene, con los brazos abiertos, a esta tierra mía, y se pasa el día en mi puerta. Luego, a la vuelta,
te lleva a tus pies nubes hechas de mis lágrimas, de mis suspiros y de mis canciones.
Enamorado y alegre, tú rodeas tu pecho estrellado con ese manto de nubes de niebla, y los pliegas innumerablemente,
y lo pintas de colores infinitos.
Es tan ligero, tan suave, tan tiernamente lloroso, tan oscuro, que tú, sereno y sin mancha los amas. Así puedes velar
tu terrible resplandor blanco con sus patéticas sombras.
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