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domingo, 21 de mayo de 2023

GITANJALI (fragmentos 81 a 90) Rabindranath Tagore

 81

¡Cuántos días ociosos he sentido pena por el tiempo perdido! Pero ¿ha sido perdido alguna vez, Señor?
¿No has tenido tú mi vida, cada instante, en tus manos?
Escondido en el corazón de las cosas, tú nutres las semillas y las tornas en brotes, y los capullos en flores,
y las flores en frutos.
Estaba yo dormitando, rendido, en mi lecho ocioso, y pensaba que no hacía cosa alguna. Cuando desperté,
en la mañana, vi mi jardín lleno de flores maravillosas.


82
El tiempo es infinito en tus manos, Dios mío. ¿Quién podrá contar tus minutos?
Pasan días y noches, se abren los años y luego se mustian, como flores. Tú sabes esperar.
Tus siglos vienes, uno tras otro, perfeccionando la florecilla del campo.
Pero nosotros no podemos perder nuestro tiempo, y tenemos que echarnos de cabeza a nuestras ocasiones.
¡Somos demasiado pobres para llegar tarde!
Y así, el tiempo se va mientras yo se lo estoy dando a los otros que, irritados, lo reclaman.
Y así tu altar está sin una sola ofrenda.
Por la tarde, me apresuro temeroso, no vaya a estar cerrado tu portal. Pero siempre llego a tiempo.


83
Madre, yo te haré una cadena de perlas para tu garganta, con las lágrimas de
mi dolor.
Las estrellas forjaron con luz las ajorcas de tus pies; pero mi cadena va a ser para tu pecho.
Riqueza y nombradía vienen de ti, y tú puedes darlas o no a tu gusto. Pero mi dolor es sólo mío, y cuando te lo ofrezco,
tú me pagas con tu gracia.


84
La espina de la separación pasa el mundo y hace nacer formas innumerables en el cielo infinito.
Su pena es quien mira en silencio las estrellas de la noche, quien se pone lírica, con las rumorosas hojas,
en la sombra lluviosa de julio.
Su dolor es el que se echa sobre todas las cosas, el que se sume en el amor y en el afán, en el martirio y en la alegría
de los hogares humanos; el que fluye, derretido en canciones, de mi corazón de poeta.


85
Cuando los guerreros salieron del cuartel de su señor, ¿dónde habían escondido su poder, dónde habían dejado su armadura
y sus armas?
Iban pobres y desvalidos, y las flechas cayeron sobre ellos como chaparrones, el día que salieron del cuartel de su señor.
Cuando los guerreros volvieron al cuartel de su señor, ¿dónde habían escondido su poder?
Habían dejado la espada, el arco y la flecha. Traían la paz en las frentes, y los frutos de su vida se habían quedado tras ellos,
el día que volvieron al cuartel de su señor.


86
La Muerte, tu esclava, está a mi puerta. Ha cruzado el mar desconocido y llama, en tu nombre, a mi casa.
Está oscura la noche y tiene miedo mi corazón. Pero yo cogeré mi lámpara, abriré mi puerta, y le daré, rendido, la bienvenida; porque es mensajera tuya la que está a mi puerta.
La adoraré, llorando, con las manos juntas. La adoraré echando a sus pies el tesoro de mi corazón.
Y ella se volverá, cumplido su mandato, dejando su sombra negra en mi mañana. Y en mi casa desolada quedaré yo,
solo y mustio, como mi última ofrenda a ti.


87
Desesperado, la busco por todos los rincones de mi cuarto, pero no la encuentro.
Mi casa es pequeña, y lo que una vez se ha ido de ella, no vuelve a encontrarse. Pero tu casa, Señor, es infinita.
Y buscándola, he llegado a tu puerta.
Mírame bajo el dosel dorado del cielo de tu anochecer, mírame cómo levanto mis ojos ansiosos a tu cara.
He venido a la playa de la eternidad donde nada se pierde, ninguna esperanza, ninguna felicidad, ninguna visión de rostros vistos
a través de las lágrimas.
¡Ahora mi vida vacía en ese mar! ¡Húndela en la más profunda plenitud! ¡Haz que sienta, una vez sola, la dulce caricia perdida
en la totalidad del universo!


88
¡Divinidad del templo en ruinas! Ya no cantan tu alabanza las cuerdas rotas del Vina. Las campanas del anochecer
no claman ya la hora de tu oración. A tu alrededor, el aire está quieto y callado.
La brisa vagabunda de la primavera llega a tu desolación, y te cuenta de las flores, de las flores que ya nadie viene,
en adoración, a ofrecerte.
El que creyó en ti otro tiempo, vaga esperando el favor no concedido todavía. Y en el anochecer, cuando luces y sombras
se mezclan en la polvorienta oscuridad, él vuelve, jadeante, al templo arruinado, con hambre en el corazón.
¡Cuántos días de fiesta vienen callados a ti, Divinidad del templo en ruinas! ¡Cuántas noches de ofrendas se van, sin que nadie encienda tus lámparas!
Los artífices hacen imágenes nuevas, que se lleva la corriente del olvido cuando llega la hora. ¡Sólo tú, Divinidad del templo
en ruinas, sigues sin culto, en abandono inmortal!


89
Callen mis palabras bulliciosas, callen mis gritos, que así lo quiere mi Señor. Desde hoy, hablaré en susurro, y una suave melodía llevará la palabra de mi corazón.
Todos van, presurosos, al mercado del Rey. Allí están ya los tratantes. Pero yo tengo mi descanso inoportuno en lo mejor del día, cuando es mayor el trabajo.
¡Que broten, pues, las flores de mi jardín a destiempo, que las abejas del mediodía vengan a zumbar perezosas!
¡Qué de horas perdidas en esta lucha del bien y del mal! Pero mi compañero de juego de los días ociosos, se deleita ahora tomándome el corazón; y no sé qué es esta llamada repentina, ni por qué inútil volubilidad.


90
-¿Qué ofrecerás a la muerte el día que llame a tu puerta?
-Le tenderé el cáliz de mi vida, lleno del dulce mosto de mis días de otoño y de mis noches de verano.
¡No se irá con las manos vacías! Todas las cosechas y todas las ganancias de mi afán, se las daré, el último días,
cuando ella llame a mi puerta.

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