31
"Prisionero, ¿quién te encadenó?"."Mi Señor", dijo el prisionero. "Yo creí asombrar al mundo con mi poder y mi riqueza, y amontoné en mis cofres
dinero que era de mi Rey. Cuando me venció el sueño, me eché sobre el lecho de mi Señor.
Y al despertar, me encontré preso en mi propio tesoro."
"Prisionero, ¿quién forjó esta cadena inseparable?"
Dijo el prisionero: "Yo mismo la forjé cuidadosamente. Pensé cautivar al mundo con mi poder invencible;
que me dejara en no turbada libertad. Y trabajé, día y noche, en mi cadena, con fuego enorme y duro golpe.
Cuando terminé el último eslabón, vi que ella me tenía agarrado."
32
Los que me aman en este mundo, hacen todo cuanto pueden por retenerme; pero tú no eres así en tu amor,
que es más grande que ninguno, y me tienes libre.
Nunca se atreven a dejarme solo, no los olvide; pero pasan y pasan los días, y tú no te dejas ver.
Y aunque no te llame en mis oraciones, aunque no te tenga en mi corazón, tu amor siempre espera a mi amor.
33
Entraron en mi casa con alba, diciendo: "Cabremos bien en el cuarto más pequeño".
Decían: "Te ayudaremos en el culto de tu Dios, y nuestra humildad tendrá de sobra con la parte de gracia que le toque".
Y se sentaron en un rincón, y estaban quietos y sumisos.
¡Pero en la oscuridad de la noche sentí que forzaban la entrada de mi santuario, fuertes e iracundos; que se llevaban,
con codicia impía, las ofrendas del altar de Dios!
34
Que sólo quede de mí, Señor, aquel poquito con que pueda llamarte mi todo.
Que sólo quede de mi voluntad aquel poquito con que pueda sentirte en todas partes, volver a ti en cada cosa,
ofrecerte mi amor en cada instante.
Que sólo quede de mí aquel poquito con que nunca pueda esconderte.
Que sólo quede de mis cadenas aquel poquito que me sujete a tu deseo,
aquel poquito con que llevo a cabo tu propósito en mi vida; la cadena de tu amor.
35
Permite, Padre, que mi patria se despierte en ese cielo donde nada teme elalma, y se lleva erguida la cabeza;
donde el saber es libre; donde no está roto el mundo en pedazos por las paredes caseras;
donde la palabra surte de las honduras de la verdad; donde el luchar infatigable tiende sus brazos a la perfección;
donde la clara fuente de la razón no se ha perdido en el triste arenal desierto de la yerta costumbre;
donde el entendimiento va contigo a acciones e ideales ascendentes...
¡Permite, Padre mío, que mi patria se despierte en ese cielo de libertad!
36
Mi oración, Dios mío, es ésta:
Hiere, hiere la raíz de la miseria en mi corazón.
Dame fuerza para llevar ligero mis alegrías y mis pesares.
Dame fuerza para que mi amor dé frutos útiles.
Dame fuerza para no renegar nunca del pobre, ni doblar mi rodilla al poder del insolente.
Dame fuerza para levantar mi pensamiento sobre la pequeñez cotidiana.
Dame, en fin, fuerza para rendir mi fuerza, enamorado, a tu voluntad.
37
Creí que mi último viaje tocaba ya a su fin, gastado todo mi poder; que mi sendero estaba ya cerrado,
que había ya consumido todas mis provisiones, que era el momento de guarecerme en la silenciosa oscuridad.
Pero he visto que tu voluntad no se acaba nunca en mí. Y cuando las palabras viejas se caen secas de mi lengua,
nuevas melodías estallan en mi corazón; y donde las veredas antiguas se borran, aparece otra tierra maravillosa.
38
¡Te necesito a ti, sólo a ti! Deja que lo repita sin cansarse mi corazón. Los demás deseos que día y noche me embargan,
son falsos y vanos hasta sus entrañas.
Como la noche esconde en su oscuridad la súplica de la luz, en la oscuridad de mi inconsciencia resuena este grito:
¡Te necesito a ti, sólo a ti!
Como la tormenta está buscando paz cuando golpea la paz con su poderío, así mi rebelión golpea contra tu amor y grita:
¡Te necesito a ti, sólo a ti!
39
Cuando esté duro mi corazón y reseco, baja a mí como un chubasco de misericordia.
Cuando la gracia de la vida se me haya perdido, ven a mí con un estallido de canciones.
Cuando el tumulto del trabajo levante su ruido en todo, cerrándome el más allá, ven a mí, Señor del silencio,
con tu paz y tu sosiego.
Cuando mi pordiosero corazón esté acurrucado cobardemente en un rincón, rompe tú mi puerta, Rey mío,
y entra en mí con la ceremonia de un rey.
Cuando el deseo ciegue mi entendimiento, con polvo y engaño, ¡Vigilante santo, ven con tu trueno y tu resplandor!
40
¡Cuánto tiempo hace que no llueve, Dios mío, en mi seco corazón! El horizonte está ferozmente desnudo, ni el más delgado
vapor de la nube más suave, ni el más vago indicio del fresco chubasco más lejano.
¡Manda tu tormenta furibunda, negra y mortífera, si quieres, y sobresalta de parte a parte el cielo, con el látigo de tu relámpago!
¡Pero, recoge, Señor, llama a ti este calor silencioso que todo lo penetra, quieto y cruel;
este calor terrible que quema al corazón su esperanza!
¡Que la nube de gracia descienda y se incline a mí, como la mirada llorosa de la madre, el día de la cólera paterna!
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