He
llegado al pináculo, es justo lo que pensaba, hermoso, majestuoso y
sorprendente. El aire suave sopla tocando mi rostro, como si los pasos que me han traído hasta acá me hicieran digna de la serenidad. Creí
haber hecho todo para llegar hasta este punto de mi vida y disfrutar al máximo
de la alegría. Pretendía que lo vivido se quedara adosado en mi ser.
Intento dar unos pasos hacia adelante, pero solo hay un enorme vacío. Se
siente un frío que me recorre y congela cada músculo bajo mi piel. Parece que
todo me aprieta, que me congela, me paraliza. Doy giros buscando reconocer este
paisaje, cada vuelta se hace como una sombra, todo se torna gris, ya no hay
belleza.
Quizás
deba gritar pero el temor a escuchar de regreso mi voz como ese eco que retorna
y a la vez ensordece el alma, no me lo permite. Que
más da, podría aullar, estoy sola, en un mundo sin que el amor que
concebía me cobije con su calor.
Guardé
paisajes ajenos en tardes de té, tenía preciosos cestos que guardaban tesoros. Creía
que recogía cada risa, cada mano amiga, cada gesto dulce, cada entrega, incluso
cada desatino y que funcionaba como una cuenta de ahorros.
No
se si quizás, cuando las cartas estaban sobre la mesa no entendí de qué se
trataba este juego. Solo fui emocional y dejé que mis acciones fueran gestadas
desde mis más infantiles impulsos.
O
quizás estaba tan apresurada preparando el paisaje para tantas manos que
encontré en mi camino…. Que…. Si… ni siquiera supe quién soy.
Tan
solo he llegado hasta acá, todo se desvaneció, cada quien siguió su camino y yo
me quedé con mi verdad.
La
soledad de este crepúsculo ya no es bella, duele….. hasta lo más profundo de mi
alma.
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