BLANCA VARELA que mujer tan interesante, la podría escuchar horas, se expresa con fluidez y parece que escribiera sobre mi frente, me presta sus ojos para ver a través de ellos.
Peruana, nacida en Lima (10 de Agosto de 1926 - 12 de Marzo 2009) en el hogar de Alberto Varela y de Esmeralda González Castro, quien se desempeñaba como Periodista, Cantautora y Poetisa que escribía bajo el seudónimo Serafina Quinteras. Los Padres de Esmeralda eran Nicolás Augusto González Tola, poeta, historiados y diplomático Ecuatoriano y de Delia Castro Márquez, escritora y poeta Limeña. En 1949 se casó con el pintor Fernando Szyszlo y viaja a París, de esta unión tuvo dos hijos y luego se separa.
Estudia Letras y Educación en la Universidad Mayor de San Marcos,
En la entrevista dada a Jorge Coaguila da claridad sobre la manera cómo fue desarrollando sus escritos:
Usted ha declarado
que fue Octavio Paz quien la obligó a escribir. ¿De qué manera empezó a
escribir y publicar?
—Octavio Paz,
exactamente, no me obligó a escribir poesía. Empecé, en realidad, mucho antes
de conocerlo. Un día, en la Universidad de San Marcos, donde estudiaba,
Sebastián Salazar Bondy me preguntó no sé por qué razón si escribía poesía. Le
respondí que sí, que tenía algunos textos. Sebastián interesado me dijo: «¿Me
los puede enseñar?». Fue muy curioso que me hablara de usted, porque era apenas
un par de años mayor que yo. Le respondí que sí y al otro día le llevé un
poema. Luego de leerlo me
habló de un poeta que nunca había escuchado, un uruguayo llamado Julio Herrera
y Reissig, de corte modernista. Me dijo que tenía mucha influencia de Herrera.
Pero yo en mi vida lo había leído.
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Alberto Escobar recuerda a Salazar Bondy
como un gran promotor cultural. ¿A usted la alentó a escribir y a interesarse
por la literatura?
—Sebastián, sobre
todo, me hizo un gran favor: me enseñó a leer poesía. Me acercó mucho, en
primer lugar, a la poesía de Moro, Adán y Westphalen. Al mismo tiempo, gracias
a él, entablé amistad con Jorge Eduardo Eielson y Javier Sologuren. Juntos
conformaríamos un grupo dentro de lo que se denominaría Generación del 50, que
es una generación muy amplia donde hay muy buenos poetas. Al grupo que conformaba la crítica lo tildó de "poetas puristas", lo que
me parece una tontería, porque la poesía es una sola. De la misma forma
respondo cuando me preguntan si hay poesía femenina: «La poesía es una sola, la
buena, la que funciona». También, gracias a Sebastián, leí a Rimbaud,
Lautréamont y Breton. Fue en esa época que mi gusto poético se empezó a formar
¿Llegaron a conocer
personalmente a Moro, Adán y Westphalen?
—Sí, a ellos los
conocimos en la peña Pancho Fierro, un local muy frecuentado por escritores,
pintores y músicos. Una de las propietarias era Celia Bustamante, que fue
esposa de José María Arguedas. Un día Sebastián me llevó a la peña. Era un
lugar curioso, porque allí se reunía gente de todas las generaciones: Sabogal,
Moro, Adán, Westphalen, Szyszlo, con quien me casé después.
Después de terminar
sus estudios universitarios usted viaja a París. ¿Cómo desarrolló su actividad
cultural en Francia?
—El mismo día que
me casé con Szyszlo, en 1949, viajamos juntos a París, donde vivimos durante
algunos años. Al llegar encontramos a Eielson, José Bresciani y Enrique Peña
Barrenechea, quien nos presentó a Octavio Paz. Curiosamente ambos tenían el
mismo cargo en las secretarías de sus embajadas. Peña en la del Perú y Paz en
la embajada de México. Enrique nos presentó a Octavio e hicimos una amistad
estupenda. Pero también conocimos a Julio Cortázar, quien fue muy amigo
nuestro.
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Usted publicó su
primer poemario con un prólogo de Octavio Paz. ¿Cómo se animó él en hacerle el
prólogo?
—Hacía tiempo que
Szyszlo y yo no veíamos a Octavio hasta que viajamos de vacaciones a México.
Ahí, por coincidencia, Octavio también había vuelto de alguno de sus viajes
como diplomático. Nos encontramos luego de cinco o seis años y me preguntó:
«¿Has escrito algo?». Yo le dije que tenía algunas cosas. Bastante entusiasmado
y generoso me dijo: «Pero hay que hacer ya un libro». Le contesté que tenía muy
pocos poemas, y él me respondió que de todas maneras había que publicarlos. Era 1959. Le dejé
mis poemas y volví a Washington, donde entonces vivía. Al poco tiempo, me
escribió pidiéndome más poemas. Se los envié y, de repente, me llegó el libro,
mi primer libro. Fue publicado en una serie que Octavio dirigía en Veracruz,
con un prólogo que jamás le pedí. Él editó el libro, escogió el nombre y le
hizo el prólogo. El libro
originalmente se iba a llamar Puerto Supe, que es el título de uno
de mis poemas. Pero Octavio me dijo: «Ese es un título muy feo». Yo le
respondí: «Pero ese puerto existe». Entonces él dijo: «Ese es un buen nombre».
De manera que se tituló así: Ese puerto existe.
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