La utopía y el amor romántico en algún momento eran hermanos, casi uno solo. El sueño mágico quiso que el amor tomara otro rumbo, pero nunca dejó su impronta, porque es irrealizable. Habla tanto de si mismo cuando conoce a quien le impacta y le interesa y después se cierra en su propia oscuridad, perdiendo su belleza.
Han pasado muchos años, página tras página y aún es impostor o fugitivo. No lo se. Pero no lo conozco y ya ni le sueño, ni le deseo, lo evado y a la vez en una gran contradicción, le extraño.
Por el amor hay que pagar un precio, la independencia. Es como sujetar el ser a lo que la persona amada valida, acepta y desea. Pocas veces vive en la libertad. Pocas veces brilla con su propia luz, pues es más usual que el afán de controlar y sujetar el amor, se corten las alas y se deje de volar. El amor romántico es exigente, algo tirano, algo egoísta.
Decidir compartir la vida, nuestros sentimientos, nuestra honestidad y libertad, con nuestro ser amado, es un acto de confianza que a menudo se ve defraudado. Quizá porque se piensa que hay que extenderlo en el tiempo, sin considerar que somos seres humanos en cambio constante, que lo que sucede de manera personal va modificando el pensamiento, el carácter, el temperamento, los objetivos, las metas, todo, absolutamente todo.
Si quizá se sintiera verdadera dicha por ver a la persona amada, realizarse, crecer, florecer, respetando su individualidad, sin querer controlar dejaría de ser utópico el amor romántico. Claro, existiría un compromiso que proclama la entrega de si mismo a otro, pero supuestamente voluntario y este, es justamente, el que se rompe.
Así que ya me di la respuesta. Si en tantos años no lo encontré, ya no es hora para que aparezca.
Amo mi individualidad y no me encuentro dispuesta a pagar el precio, he dicho y lo digo para mi.
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